sábado, 1 de octubre de 2011

Escuchemos Provechosamente a Nuestros Interlocutores

La eficacia de la palabra hablada depende no tanto de como hablen las personas sino principalmente de como escuchen.


Se puede afirmar con toda seguridad, que las personas, en general, no saben escuchar. Tienen oído que oyen muy bien, pero rara vez han adquirido las necesarias habilidades auditivas que permitirían que esos oídos se usaran eficazmente para lo que se denomina escuchar.
Detrás de esta incapacidad generalizada para escuchar, en mi opinión, un importante descuido es nuestro sistema de enseñanza en el colegio. Hemos centrado la atención en la lectura, considerando que es el medio principal mediante el cual aprendemos, y casi hemos olvidado el arte de escuchar. En nuestros sistemas escolares dedican varios años a la instrucción formal a la lectura. Poco énfasis se pone en el hablar y casi no se ha prestado atención a la habilidad de escuchar, por extraño que esto pueda parecer en vista de la gran cantidad de clases orales que se imparten en las universidades.
No cabe duda que nuestros profesores notan la necesidad de una buena escucha. ¿ por qué entonces han pasado tantos años sin que los docentes desarrollen unos métodos formales para enseñar a los alumnos a escuchar?, bueno están son algunas suposiciones falsas que han bloqueado la enseñanza de la escucha. Por ejemplo:
·         Hemos supuesto que la capacidad para escuchar depende en gran medida de la inteligencia, que las personas mas “listas” escuchan bien y que las “tontas” lo hacen de manera deficiente.
·         Hemos asumido que aprender a leer nos enseñara automáticamente a escuchar. Mientras que algunas de las habilidades adquiridas por medio de la lectura son aplicables a la escucha, la suposición dista mucho de ser completamente valida. Escuchar es una habilidad diferente de leer y requiere diferentes habilidades.

Cuando escuchamos la concentración se ve estorbada por un factor que es peculiar de la comunicación auditiva y del que pocas personas son conscientes.
¿A qué se debe todo esto?
El problema viene dado, básicamente, por el hecho de que pensamos mucho mas deprisa de lo que hablamos. El ritmo del habla en promedio de una persona es de las 125 palabras por minutos. Este ritmo es demasiado lento para el cerebro humano que esta compuesto por mas de 13 millardos de células y funciona de una manera tan compleja pero eficiente que hace que los macroerdenadores modernos parezcan lentos.
Podría parecer lógico ralentizar nuestros pensamientos cuando escuchamos a fin de coincidir con las 125 ppm en que se sitúa el ritmo del habla, pero la ralentización de los procesos de pensamientos parece una cosa difícil de conseguir. Por lo tanto, cuando escuchamos seguimos pensando a alta velocidad mientras que las palabras nos llegan a velocidad lenta. En el acto de la escucha, el diferencial entre los ritmos de  pensamientos y habla significa que nuestro cerebro trabaja con cientos de palabras además de aquellas que oímos, formando pensamientos distintos a los que se nos exponen por medio de la palabra hablada. Para decirlo de otra manera, podemos escuchar y todavía nos sobra tiempo para pensar.
Aquí les dejo unas reglas para una buena recepción:
1.     El escuchante debe pensar por delante del hablante, tratando de prever a lo que lleva el discurso oral y las conclusiones que se sacaran de las palabras pronunciadas en ese momento.
2.    El escuchante sopesa las evidencias aportadas por el hablante en apoyo  de los puntos que exponen. “¿son válidas estas evidencias?”, se pregunta a sí mismo el escuchante. “¿son estas la totalidad de las evidencias que requiero?
3.    Periódicamente el escuchante revisa y resume mentalmente  los puntos de la charla que se han completado hasta entonces.
4.    A lo largo de la charla, el escuchante “escucha entre líneas” en busca de significados que no se hayan puesto explicita y necesariamente en las palabras habladas. Presta atención a la comunicación no verbal para ver si añade significado a la palabra.
La velocidad a la que pensamos comparada con aquella a la que se nos suele hablar nos deja tiempo suficiente para realizar estas cuatro tareas mentales cuando escuchamos; no obstante, requieren practica antes de que puedan pasar a formar parte de la agilidad mental que coadyuva a la buena escucha.